Las diferencias políticas entre dirigentes suelen ser coyunturales, finitas y superables; las personales entre políticos, en cambio, son eternas. Por eso las necesidades políticas suelen relegar momentáneamente a las segundas cuando las urgencias son comunes, aunque la desconfianza mutua se palpe en el aire. A eso se ajustaron Manzur y Jaldo el viernes en el congreso del PJ, donde se ratificó, una vez más, que en la acción política no hay amistades, sólo conveniencias. Entre ellos la amistad ya se perdió, igual que la confianza; la relación se quebró, y sólo los unió el temor que se percibe en el peronismo por la posibilidad de que el oficialismo pierda los comicios y que el país se tiña de amarillo, incluida Tucumán.
En ese marco, la tempranera pelea por la sucesión se postergó para después de las votaciones. Se resolvió una tregua interesada, obligada e impuesta por la incertidumbre electoral. Todos, incluidos los principales contendientes, se vieron conminados a repetir una fórmula interna que resultó exitosa en 2019: las elecciones no se ganan con la sigla del PJ, se ganan con la unidad de los peronistas. Y el gobernador y el vice se vienen peleando hace rato por conducir el Partido Justicialista y ratificar sus liderazgos, uno por encima del otro, incluso hasta pocas horas antes de la realización del plenario del PJ en El Cadillal.
Sin embargo, debajo de las dos máximas autoridades provinciales hubo quienes recordaron aquella máxima partidaria y que actuaron en esa línea: la mesa de unidad fue la consecuencia; lo que no fue sencillo de acordar, algunos la rechazaban. Después hubo visibles incomodidades. Bien lo definió un protagonista del plenario: fue una unidad en la diversidad con la intención de cuidar la imagen hacia afuera y consolidar el funcionamiento institucional; luego cada uno trabajará para su molino.
Manzur ya había ganado el primer round en el consejo provincial partidario con un ajustado quórum; el congreso se presentaba como el asalto final, definitorio. Fue convocado al sólo efecto de dirimir fuerzas, sino no se entiende, por ejemplo, que un motivo de la cita fuera autorizar al PJ a constituir alianzas electorales para los comicios, cuando el fin del plazo para pedir reconocimientos de alianzas vence el 9 de junio según el cronograma nacional. Y existe la posibilidad de que se corran las fechas.
Si en el consejo hacían falta 11 votos, aquí se necesitaban 51 leales para adueñarse de la asamblea. La noche anterior fue intensa, febril, pues, en ambas trincheras, se contaron una y otra vez a los propios y a los ajenos. Pero no se trató sólo de “porotear” -como les gusta referir a los compañeros-, o de ver a cuántos podía reunir cada lado, sino que también hubo llamados telefónicos y hasta ofrecimientos de cargos -se habló de un juzgado de paz para un familiar de un ex intendente-, y hasta varios congresales fueron de un lugar a otro para ver cómo los persuadían de permanecer en tal o cual lado.
Si hasta se desafiaron a ver quién reunía primero el quórum para imponer finalmente las condiciones en un marco de unidad. Unidad forzada. En este caso, una vieja tradición peronista vino a inclinar la balanza en favor del titular del Ejecutivo: la “institucionalización” de los cargos partidarios, que no es otra cosa que designar como congresales a aquellos que ocupan cargos políticos en el Estado: funcionarios, legisladores, intendentes, concejales y comisionados rurales. Una forma de mantener una relación de dependencia política. Sucedió en tiempos de Julio Miranda y de Alperovich, no es novedoso, es una costumbre muy peronista. En este caso, los manzuristas fueron más y festejaron al alcanzar el quórum propio la noche anterior al plenario, y de más de 51, de entre 53 a 58 delegados propios.
En el medio se fueron sucediendo conversaciones entre dirigentes de ambos lados: Sergio Mansilla -que se ganó el espacio de interlocutor serio de Manzur o del espacio manzurista ante el vice-, Carolina Vargas Aignasse y Zacarías Khoder de un lado, y Darío Monteros del otro. Mansilla, como presidente del bloque Lealtad Peronista, viene charlando y limando asperezas políticas con Jaldo; se reunieron en la semana sin que trascendiera el diálogo, aunque quedó claro que priorizaron la gobernabilidad detrás del escenario de fractura interna en el oficialismo.
Cuando finalmente las partes arrojaron a la mesa los respectivos porotos, se convino armar una mesa de unidad de nueve miembros, cinco para la mayoría y cuatro para la minoría, en función de la cantidad de congresales que uno y otro lado aglutinaron. El pacto contó con la anuencia del gobernador y del vicegobernador, sin que ellos cruzaran palabras. Guiño a la distancia que cada uno festejó y “vendió” a su manera. Se evitó otra imagen lamentable de fractura también en el congreso, según se coincidió.
El manzurismo se quedó con la presidencia, en manos del legislador Jorge Leal, con la vicepresidencia primera a cargo del intendente de La Cocha, Leopoldo Rodríguez, con la concejal capitalina Sara Assan como secretaria, y con los vocales José Alberto Cúneo Vergés y Alberto Olea. Cúneo Vergés debe su incorporación a su larga experiencia en la conducción de la asamblea y en momentos difíciles, desde l998 hasta 2007, y por ser, además, un activo referente de los congresales. Olea es el esposo de la concejal monteriza Blanca Carrillo, miembro del consejo provincial del PJ, una del grupo de los 11. El jaldismo puso al vicepresidente segundo, el intendente Darío Monteros, al vicepresidente tercero Pascual Zamora -un dirigente taficeño cercano a Roque Alvarez-, como tesorera a la legisladora Graciela Gutiérrez y a Leila Caponio como vocal.
Sin embargo, aunque parecía anudado el paquete, no todo fue tranquilidad el viernes; hubo tensión, cabildeos y especulación. Antes -y durante- del plenario hubo quienes en el oficialismo fogonearon una avanzada “ofladora” del manzurismo para quedarse con todo y para arrodillar al enemigo interno. El jaldismo, por su lado, aguardó expectante a que el manzurismo lograra el quórum. Cuando ocurrió, todo fueron cánticos y loas a la unidad. Quedaron disimuladas las diferencias políticas, más no las personales.
Detrás de bambalinas primaron en las negociaciones los moderados de ambos lados, los que no quisieron atizar el conflicto, que están más allá de la pelea de la cúpula, y a los que les inquieta la gobernabilidad. Sin esta, pierden. Un “centrado” llegó a reflexionar: necesitamos de los legisladores de Jaldo para gobernar. O sea, todos se necesitan. o ninguno puede actuar sin el otro. Y si bien el interés político-electoral los juntó, las diferencias personales de Manzur y de Jaldo se mantienen irreductibles, y por más que haya una foto entre ellos sonriendo, sólo será de ocasión y para un afiche de campaña; después de los comicios cada uno seguirá por su propio camino, alejados, concentrados en sus propias alquimias políticas.
Entre los peronistas que estuvieron en El Cadillal hay quienes entienden que en política todo es posible y que lo que hoy es inimaginable, mañana puede producirse como por arte de magia. Es la esperanza de los que creen que el acercamiento preelectoral entre el jefe del Ejecutivo y el jefe de la Legislatura puede derivar en el reinicio de la relación política que vienen manteniendo desde hace cinco años. Pero entre ellos se perdió la confianza, es vox populi entre los peronistas. Sólo los comicios y la necesidad de una gestión sin sobresaltos los arrimó temporalmente. Conveniencia, y de la más pura cepa pragmática del peronismo.
Ambos festejaron el marco de una unidad anhelada más que nada por los que están debajo de ellos, pero cada uno celebró lo que consideró su propia victoria interna: Manzur quedándose con el congreso y Jaldo imponiendo a los suyos en la mesa de conducción. Cada uno quiso apropiarse a su manera del resultado. Al gobernador le sirve para fortalecerse y justificar que conduce al PJ, al vicegobernador para abrir una puerta en el plano nacional del peronismo, la que se le cerró la semana pasada. El tranqueño insistirá con el cristinismo porque ya no pueden acusarlo de no acompañar al Gobierno o de traicionar la gestión, menos pueden expulsarlo del partido; ya que para eso se necesitan los dos tercios de los votos del congreso, y el manzurismo no llega con sus leales para apurar esa eventual instancia. Ahora, en la coyuntura de las necesidades político-electorales todos son admitidos. ¿Ya no hay traidores? Todos compañeros.
Cuando el gobernador dijo que las puertas del PJ y de la Casa de Gobierno están abiertas para todos, debe interpretarse que el partido es “su” casa y que él tiene las llaves -así lo siente después de quedarse con el consejo por la mínima diferencia y de ganarse el congreso bajo un aura de unidad- y que en la sede del PE aguardará sentado que Jaldo lo visite. Una “invitación” a que el vice dé el primer paso. La unidad que se proclamó es más que nada para calmar los ánimos de todos los de abajo, segundas y terceras líneas, militantes y punteros, porque entre el gobernador y el vice no puede reeditarse la antigua relación social. Jaldo le truncó una eventual reelección a Manzur con la designación del ombudsman, y Manzur como contrapartida hará lo posible para que el vicegobernador no sea su sucesor en el oficialismo. Le pagará con la misma moneda cerrándole la puerta a esa posibilidad.
Las cartas están echadas, la partida se reduce a definir la sucesión entre ellos, o al heredero en el 2023 en caso del gobernador. Es que con sus maniobras Jaldo obligó a su compañero de fórmula a tener que empezar a “armar” a su delfín con mucha anticipación. Sin embargo la ventaja que tiene Manzur es que le quedan más de dos años para construir a su heredero oficialista. Jaldo lo hizo. ¿Elegirá a alguien que le cuide el sillón de Lucas Córdoba durante cuatro años o correrá el riesgo de poner el frente de la boleta a alguien que se anime a pagarle como él le pagó a su antecesor José Alperovich? Por más que haga la “Gran Cristina” -yendo de candidato a vicegobernador en el 23-, su poder puede quedar relativizado desde el Poder Legislativo. Los riesgos son reales, aunque los fanáticos del “Manzur, conductor eterno” no ven a otro dirigente capacitado para liderar hoy al peronismo. Muchos en ese lado ya se ven con la banda de gobernador cruzándoles el pecho, pero siempre aguardando la bendición del “uno”.
El miércoles, en el programa “Panorama Tucumano”, Mansilla sugirió que hay varios dirigentes potables para encabezar la boleta en 2023: Pablo Yedlin, Miguel Acevedo, Gerónimo Vargas Aignasse, Carlos Najar, Javier Noguera. Puede haber más, siempre hay soñadores y tapados. ¿A cuál preparará Manzur o en quién de ellos confiará para “prestarle” su sillón? Después de la elección de medio término deberá meditar eso, mientras que Jaldo tendrá que prepararse para las batallas que deberá dar en los próximos dos años si quiere aspirar a ser gobernador. Después comenzará la guerra por la sucesión, o de la secesión.